En 1966 cayeron sobre los cielos de Palomares (Almería) cuatro bombas de hidrógeno; cada una sesenta y ocho veces más potentes que la de Hiroshima. Un bombardero estratégico B-52 colisionó con su avión nodriza. Tres cayeron en tierra y una en el mar. Dos de las que impactaron en tierra diseminaron su carga de plutonio (Pu239) por varios cientos de hectáreas. En el núcleo urbano y alrededores de Palomares fue abandonada la mayor parte del combustible nuclear. Al mismo tiempo, aprovecharon para dejar un laboratorio donde estudiar, a instancia de los Estados Unidos, la interacción del plutonio con las personas y el medioambiente a través del acuerdo secreto, denominado en clave “Proyecto Indalo”. El plutonio llevaba 26 años descubierto y se ignoraban sus consecuencias a largo plazo en el hombre. El objetivo del presente trabajo es el de dar a conocer cuáles fueron las condiciones, motivaciones, objetivos, génesis y desarrollo del Proyecto Indalo, independientemente de sus resultados. Se trata del proyecto de experimentación con humanos más dilatado y desconocido de la ciencia española, también uno de los más singulares, por el secreto que lo ha envuelto, debido a la ausencia de cualquier garantía bioética. Un proyecto creado a partir de una historia oficial ficticia, sustentada en una supuesta descontaminación completa, forjada en dictadura, pero mantenida durante 37 años en democracia. Para ello, contamos con la exposición y análisis de la reciente historiografía aparecida en español, la evidencia contenida en la documentación inédita del Departamento de Energía (DoE) de los EE.UU. y fuentes orales de los afectados
Referencia bibliográfica
Herrera Plaza, José. «La experimentación humana con plutonio en España». Dynamis: Acta Hispanica ad Medicinae Scientiarumque Historiam Illustrandam, 2022, Vol. 42, Núm. 1, p. 225-256
https://raco.cat/index.php/Dynamis/article/view/411356.
DEL ARTICULO
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La experimentación humana con plutonio en España. Génesis y desarrollo del “Proyecto Indalo” (1966-2009)
La ocultación de riesgos nucleares en Palomares representa una manifestación de cómo la instrumentalización de la ciencia se convierte en un mecanismo para preservar intereses hegemónicos y encubrir la verdadera dimensión destructiva de la tecnología, evidenciando una herencia directa de la experiencia traumática de Hiroshima y Nagasaki, en la que los peligros de la radiación fueron sistemáticamente subestimados y ocultados a partir de una tradición nacida en el secreto militar que, en colaboración con los intereses de las industrias civil y militar, ha construido una ignorancia deliberada orientada a negar, desviar y monopolizar la información crítica; este proceder se hizo patente con líderes como el general Leslie Groves del Proyecto Manhattan, quien instauró la pauta de negar las manifestaciones de patologías derivadas de la precipitación radiactiva, extendiéndose posteriormente a la estigmatización de los hibakushas, cuyas experiencias revelan cómo la exposición a la radiación no solamente genera daños físicos, sino que también reproduce la invisibilización social y una ciudadanía de segunda clase; en el caso de Palomares, el contexto de expansión del sector nuclear—coincidiendo con la aprobación de las dos primeras centrales nucleares de tecnología estadounidense—se transformó en escenario de desinformación deliberada, donde a los vecinos se les mintió de forma abierta para mitigar el pánico, vulnerando sus derechos fundamentales y desviando la atención pública de los riesgos inherentes a una radiación que compromete la salud y el medio ambiente, lo que evidencia de manera flagrante el peligro de depositar una confianza acrítica en la ciencia instrumental; la dialéctica de la Ilustración y los postulados de la Escuela de Frankfurt nos advierten que cuando el saber se subordina a una lógica meramente técnica y utilitaria, se habilitan prácticas que, en lugar de emancipar, legitiman dispositivos de control social y refuerzan estructuras de opresión, haciendo de Palomares un testimonio revelador de cómo la manipulación de la información y el secretismo pueden transformar un desastre ambiental en un proceso de normalización del peligro nuclear y en un obstáculo fundamental para alcanzar una verdadera protección ética y social.
El contexto propicio (Accidente e impacto) En 1966, en plena implantación del Primer Plan de Desarrollo –un período en el que, a pesar de que el PIB había crecido más del 6%, la provincia de Almería se consolidaba como una de las zonas más empobrecidas de España, con rentas per cápita críticamente bajas y una elevada tasa de emigración que evidenciaba la marginalidad social– se abrió un escenario propicio para la experimentación nuclear encubierta, pues la ubicación aislada de Palomares y la vulnerabilidad de sus habitantes ofrecían un terreno idóneo para convertir una catástrofe en un laboratorio a cielo abierto, situación que se agrava con la presencia constante –desde 1962– del Mando Aéreo Estratégico de Estados Unidos, que sobrevolaba el país con aeronaves portadoras de entre 24 y 32 bombas nucleares en un clima de alerta permanente contra la URSS, mientras los “Pactos de Madrid” de 1953 facilitaban el movimiento y almacenamiento de armas nucleares en bases estratégicas como Torrejón y Rota; el impacto terrestre de dos bombas desencadenó la deflagración del explosivo RDX, liberando cantidades significativas de U235 y la mayor parte del Pu239, que al contacto con el aire se transformó en dióxido de plutonio y fue arrastrado por vientos impetuosos que, en el transcurso de pocos días, contaminaron 435 hectáreas conocidas como la “Zona 0”, mientras la USAF, enfocada en recuperar la cuarta bomba perdida en el mar, dejaba a un lado las urgentes acciones de descontaminación, obligando a cientos de soldados y guardias civiles –sin la protección necesaria– a internarse en áreas de alta radiación; la consiguiente lucha por contener la expansión de la contaminación derivó en medidas de emergencia que incluyeron el enterramiento mecánico de grandes volúmenes de tierra y cultivos, con 1.000 m³ trasladados a un cementerio nuclear en Estados Unidos, mientras de forma clandestina se depositaba, sin garantías ni transparencia, una cantidad cuatro veces mayor en el territorio, configurándose así el primer cementerio nuclear ilegal de España; en paralelo, la opinión pública fue sometida a una narrativa oficial cuidadosamente construida –encarnada en declaraciones de Carlos Mendo, director de la Agencia EFE, que aseguraba que “todo era un oasis” y que “aquí no pasaba nada”, y en el convencimiento expresado por el general Wilson, comandante de la XVIª Fuerza Aérea de EE.UU., de haber “devolvido la zona a su estado anterior”– que contrastaba con la cruda realidad de una información sistemáticamente manipulada y un secretismo que minimizaba los riesgos inherentes; dos años más tarde, a pesar de contar con evidencias palpables –como la persistencia de varios kilos de óxido de plutonio en el territorio–, el presidente de la Junta de Energía Nuclear, Otero Navascués, notificó a las autoridades que no se habían registrado anormalidades, en claro reflejo de una política de ocultamiento que se perpetúa desde la Guerra Fría; en este entramado de negligencia y control informativo se inscribe la figura de Wright Haskell Langham, conocido como “Mr. Plutonium”, cuyo recorrido, que abarcó desde la dirección de investigaciones en Los Álamos hasta la participación en experimentos éticamente condenables –incluyendo inyecciones de plutonio sin consentimiento y la controversia de la “Operación Sunshine”, donde se analizaron órganos de cadáveres sin permiso familiar– expone irónicamente cómo la ciencia, cuando se subordina a una lógica instrumental utilitaria, se transforma en instrumento de poder y explotación, utilizando el desastre de Palomares no solo como una oportunidad de estudio de los efectos a largo plazo en una comunidad de 1.200 habitantes, sino como un mecanismo para silenciar el sufrimiento, manipular la realidad y perpetuar un progreso tecnocrático que sacrifica la ética y los derechos fundamentales en nombre de un desarrollo ilusorio, recordándonos que la confianza acrítica en la ciencia –desprovista de una rigurosa reflexión ética y social– abre paso a prácticas profundamente opresivas y a un legado de injusticia que clama por una reconfiguración del paradigma moderno en aras de una verdadera emancipación y protección del ser humano y de su entorno.
La contaminación por plutonio en Palomares. Las negociaciones para su descontaminación se erigen como un paradigma de la forma en que la razón instrumental, tan denunciada por Horkheimer y Adorno, se transforma en un mecanismo de encubrimiento y control social, al convertirse en una máscara que oculta la verdadera magnitud del daño ecológico y humano; fue la primera ocasión en la historia en que los estadounidenses, en aras de preservar intereses estratégicos y minimizar el impacto sobre la opinión pública, contaminaron a una comunidad española numerosa —incluyendo familias completas y guardias civiles— con aproximadamente nueve kilogramos de plutonio, tras lo cual se organizaron encuentros con los representantes de la Junta de Energía Nuclear (JEN) para asesorar sobre estrategias de remedio, mientras las negociaciones se convertían en una operativa de retractación y presión para reducir los protocolos de limpieza, evidenciando así la contradicción que Marcuse habría señalado en la instrumentalización del saber; cuatro días después de estos encuentros, el mapa radiológico definitivo de la denominada "Zona 0" se completó, y Langham regresó a España acompañado de John Hall, director de Actividades Internacionales de la CEA, proponiendo un convenio de investigación colaborativa que dejaba en suspenso la verdadera intención de recoger residuos, ya que desde el primer acuerdo del 2 de febrero los Estados Unidos comenzaron a retroceder en sus compromisos, mientras la figura del doctor Eduardo Ramos, director de la División de Medicina y Protección de la JEN, defendía con rigor criterios basados en parámetros psicológico que Langham criticaba, y el intento fallido del 17 de febrero de encauzar la cuestión hacia la Junta de Estado Mayor—una maniobra que habría sido interpretada por la Escuela de Frankfurt como la subordinación del poder militar a intereses burocráticos—permitió que, gracias a la acción de Ramos y su equipo, el área urbana quedara supuestamente limpia, exceptuando el sector alcanzado por la otra bomba que, según se aseveraba, había sido descontaminado por los estadounidenses, mientras actualmente se registra la persistencia de altos niveles de radiactividad en 6,000 m², obligando a cercar y restringir su uso; en este contexto de estancamiento negociador, surgió oportunamente la idea de un proyecto de investigación conjunto, que se materializó con la carta del 25 de febrero dirigida por John Hall al presidente de la JEN, Otero, proponiendo un estudio a largo plazo sobre el óxido de plutonio y prometiendo la donación de equipamiento de última generación, asesoramiento, protocolos analíticos y ayuda financiera —sin especificar cuantías ni plazos— dejando la implementación al arbitrio de los promotores y generando, a lo largo de sus 43 años de vigencia, una serie de imprecisiones contractuales que sellaron la aceptación inmediata por parte de España sin garantías adicionales; en el anexo de dicha carta se detallaban trabajos que abarcaban desde la recopilación de datos sobre la absorción y retención de plutonio y uranio en la población potencialmente expuesta, hasta el estudio de las fluctuaciones de la concentración en aire, la medición de la contaminación en productos agrícolas y la migración del óxido en el suelo, para lo cual las reticencias iniciales del equipo negociador de la JEN fueron suprimidas bajo órdenes superiores, mientras Hall remitía el nuevo acuerdo al presidente de la CEA y co-descubridor del plutonio, Glenn Seaborg, enfatizando que los esfuerzos del Dr. Langham incluían la recomendación de un programa de cooperación a largo plazo; tres días después se firmaron nuevos acuerdos de descontaminación con niveles "razonables" defendidos por Langham, aunque el Dr. Ramos comprometió formalmente, de manera disciplinada, la retirada de aquellas tierras españolas con más de 462 µg/m² de Pu239, situación que John Howard, profesor del King’s College, resumió como un regateo a puertas cerradas sin supervisión internacional, donde científicos, diplomáticos y altos mandos trazaban el destino de Palomares y Villaricos, mientras en un simposio en Mónaco la JEN reconocía, por primera y última vez, que sólo se habían retirado tierras con concentraciones superiores a 1,540 µg/m² de Pu239 —una cifra que supera en más de tres veces lo acordado inicialmente y 28.5 veces lo propuesto por el Dr. Ramos— para posteriormente que Iranzo y el CIEMAT consolidaran en sus publicaciones una "historia oficial" con mapas radiométricos subestimados, donde la isolínea máxima se mostraba en >60,000 dpm (>462 µg/m²) en lugar de >700,000 dpm (>5,390 µg/m²); este cuadro, donde lo "razonable" en España para los estadounidenses resultó ser 3,554 veces superior a lo aceptable en su propio territorio, revela la doble moral inherente a la política nuclear y se repitió 49 años más tarde con el "Acuerdo de intenciones no vinculante" de John Kerry y el ministro José Manuel García Margallo, mientras la caracterización radiológica del Plan de Investigación (2004-2008) y estudios en plataformas marinas evidenciaban que la delimitación de lo retirado versus lo dejado en la zona se efectuó a discreción de la parte norteamericana; en este entramado, donde el deseo de aplacar la opinión pública —motivado tanto por la inminente temporada turística en España como por la intención de reducir la costosa y arriesgada descontaminación en EE.UU.— se combinó con una avidez investigadora que facilitó el inventario sistemático de Pu, los protocolos analíticos mostraron una actividad mínima detectable de solo 0.37 miliBequereles/día, mientras Langham, recordado por su afamada frase de 1959 en la que aseguraba que la exposición del personal debía acercarse a cero, omitía señalar que, en experiencias previas como las liberaciones accidentales en Nevada y los problemas en Rocky Flats, se había establecido que niveles a partir de 100 µg/m² requerían evacuación y limpieza, siendo que posteriormente en 1973 se fijó en 0.13 µg/m² el primer umbral aceptable en EEUU, lo que pone de manifiesto, a los ojos de una crítica inspirada en la dialéctica de la Ilustración, cómo la ciencia, despojada de su dimensión ética, se transforma en un instrumento de dominación y sacrificio de las poblaciones vulnerables, concluyendo irónicamente con la condecoración del Dr. Langham por el Departamento de Defensa, en una exposición de motivos que alababa su "destacada y desinteresada actuación" y que, en definitiva, celebraba la exitosa negociación tras el accidente de Palomares, ocultando tras un velo de aparentes logros el persistente abandono y la injusticia de un modelo de progreso que antepone el interés institucional y la imagen a la salud y los derechos fundamentales de las comunidades afectadas.
4. Iª Etapa (1966-1972)
La JEN se había comprometido a realizar los trabajos y elaboración de informes, por tanto la tarea que tenían por delante era enorme. Lo prioritario fue adecuar las infraestructuras al nuevo reto. En el tercer trimestre de 1966 se aprobó la construcción de nueva planta del edificio para albergar el contador de cuerpo entero (CCE). Se incluía en el primer piso un laboratorio, así como otro edificio de descontaminación para la División de Medicina y ampliación del de Química. Todos fueron declarados de interés nacional y realizados por el Servicio Militar de Construcciones60. El Pu239 en forma de dióxido de plutonio (239PuO2) es un alfaemisor muy insoluble en agua. La contaminación externa es despreciable. La vía principal de entrada es la inhalación, favorecida por un ecosistema árido y ventoso y la fracción respirable de las partículas que alcanzan los alvéolos son inferiores a diez micras61. La orientación prioritaria de la experimentación humana se basó inicialmente en el análisis del aire, la excreta de Pu en orina durante 24 horas y el CCE para medir la contaminación interna. Se vigilaron los productos agrícolas y las tasas de transferencia del Pu239+240 en tierra-aire-humanos. En esta etapa se descubrió la capacidad bioacumuladora de los caracoles con respecto al Pu62. Comenzó un muestreo anual de la población en Madrid de aquellos que aceptaron, con todos los gastos pagados y la prima de generosas dietas para anular posibles renuencias63. El estudio del Pu en humanos obligaba a la máxima discreción. En un informe de la CEA, se afirma: “The code name Indalo was used when it was desirable to avoid the name ‘Palomares’”64. Coincidente con otros testimonios, un vecino confesó: “Los españoles tuvieron más culpa que ellos, porque no nos decían nada y eran los que más nos lo ocultaban”65. Hasta hace muy poco se desconocían las medidas para asegurar la desinformación en los vecinos. Estos paliaban el secretismo oficial con la audición de programas en español de Radio España Independiente, “La Pirenaica”, la BBC o Radio París, en la banda de onda corta66. Para impedirlo y seguir manteniendo un control exhaustivo sobre ellos y resto de la comarca, se instaló en Vera, 33 días después del accidente, un equipo móvil de interferencias radiofónicas para onda corta67. Se escogieron a los 69 vecinos que más probabilidad tenían de haber respirado los aerosoles el día del accidente. La orina fue recogida en Palomares desde el 06/06/1966 en tres ocasiones; una por mes. Los resultados dieron un 99% de positivos, con algunos niveles altos68. Los positivos fueron invalidados. La justificación era una conjetura elevada a rango de evidencia. Se basaba en la supuesta contaminación en origen, a través de la estrecha boca de la botella colectora de la orina, en los segundos que dura una micción, cuando siempre afirmaban que no existía contaminación en el aire. Pero contradictoriamente, esos positivos rechazados fueron computados en sus fichas radiométricas69 (ver Figura 4). En junio de 1967, once meses más tarde, se volvieron a realizar los análisis, pero la colecta de orina fue en Madrid. Los positivos bajaron al 29%. El intervalo tan dilatado de espera para la segunda prueba no era casual. Desde los años 50 se sabía que la tasa de excreción urinaria podría disminuir en once meses alrededor del 90%70. A partir de entonces y hasta el presente, casi sin interrupciones, un muestreo anual de 120-150 vecinos han pasado por la JEN-CIEMAT para someterse a reconocimiento médico completo y análisis de orina de veinticuatro horas en busca de Pu239+240 y con posterioridad Am241. Cuando en EE.UU. realizaron en 1966, 1 768 análisis de 1 586 militares, apareció el 100% de positivos, aunque 1 144 con bajos niveles. El retraso y la deficiente protección radiológica a la tropa pareció mostrarse. Con idéntica estrategia a la de Madrid, se invalidaron y repitieron los 442 más altos por “unrealistically high”71; ninguno de los bajos. Los nuevos resultados dieron cifras muy inferiores, mostrando que los cientos de errores con respecto a los primeros eran por exceso; ninguno por defecto. Pasado medio siglo, las posibles consecuencias a la salud han sido denunciadas en prensa o tribunales72 y la manipulación analítica ha sido probada por algunos científicos73. En noviembre de 1968 llegó el CCE. Este se basaba en la medición de los fotones de baja energía que emitía el Pu. Teóricamente debería medir la radiactividad interna del pulmón generada por el Pu. La AMD era muy alta: 40 nanocurios (nCi) y no hubo una sola detección, ni siquiera los que daban positivo en los análisis de orina. Años más tarde intentaron aumentar la sensibilidad a la mitad, con idénticos resultados. Resulta incomprensible que se publicitara tanto y diseñara un equipo tan costoso, con una sensibilidad ya obsoleta. Langham reconocía en 1964 equipos con una AMD de 15 nCi. A pesar de esto afirmaba:
At the present time, there is no proven method for assessing body burden in those cases where significant reservoirs of unabsorbed material may be localized in lungs and lymph nodes74 ((En la actualidad, no existe ningún método probado para evaluar la carga corporal en aquellos casos en los que pueden localizarse reservorios importantes de material no absorbido en los pulmones y los ganglios linfáticos74.)).
A finales de 1970, cuando se estaba trasvasando en la JEN líquido radiactivo de alta actividad, se produjo un vertido accidental a la alcantarilla que terminó en el Manzanares, Jarama y Tajo. Esto ocasionó la contaminación radiactiva de las cosechas, que paralizaron las actividades del P.I. durante muchos meses en la JEN75. Por esta razón, la CEA suspendió por primera vez la ayuda financiera. Langham visita por última vez Palomares en 1971. En su informe, se queja de la pérdida de entusiasmo en la JEN con respecto al P.I. De los cinco muestreadores de aire ya solo funcionaban dos76. En 1972 fallece en un accidente de aviación. Con la muerte de Langham el P.I. se quedó de alguna manera huérfano. Pronto es sustituido por su reputado compañero de LANL, Chester Richmond, médico que investigó el comportamiento biológico de varios radioisótopos en humanos y mamíferos77. En octubre de 1973 se produce una importante riada que ocasiona graves daños en el sureste español. El río Almanzora, junto a la pedanía, llegó a transportar una media de 3 500 m3/seg., un caudal semejante al del Danubio78. Toda la vega de Palomares fue arrasada y transportada la capa superficial de tierra al mar. Algo menos de 150 hectáreas de la denominada Zona 3, con valores de 53 a 5 390 µgr/m2 de Pu239+240, enterrados mediante arado, fueron arrastrados al mar en su mayoría79.
La mayoría de la contaminación fue sepultada mediante arado en los campos de labor. Como seguramente previó Langham, al volverlos a arar con posterioridad, se generarían importantes niveles de contaminación. Los cambios de filtros de los muestreadores de aire eran cada diez días. Los esperados picos en los días ventosos se diluían con los días de calma, cuando la contaminación en el aire era inferior al mínimo detectable. El 239PuO2 tiene una densidad semejante al plomo, por lo que la velocidad de sedimentación sin viento es rápida. Pero un solo aerosol con Pu puede contaminar internamente, como sucedió el día del accidente, ya que solo precisa menos de la mitad de una millonésima de gramo80. Estos datos de diez días se promediaban con los del resto del año, de esta manera, aún con numerosos aerosoles a partir de 1967, la media nunca rebasaba el máximo y no saltaban las alarmas. Además, fueron omitidos datos básicos, como máximos y mínimos, dispersión típica o varianza. Solo en una ocasión se han mostrado algunos con detalle. Fue en la primera revista científica que decidieron publicar. En ella se reconoce que se superó el máximo permitido al menos en cinco muestras de los primeros años81, que contradice sus resultados presentados 16 años antes, donde afirman que se superaron en catorce ocasiones, llegando en tres días hasta diez veces la concentración máxima permisible82. También se incorporan nuevas técnicas, como la dosimetría biológica, con el análisis de 123 vecinos83. En 1973 aparecieron las primeros desengaños en los estudios en humanos y morosidades en los pagos, tras el fracaso del CCE84. En 1978, los responsables norteamericanos van a reconocer la deficiente descontaminación y plantearán el enterramiento de toda tierra por encima de 54 µg/m2. Proposición que quedó sin respuesta por parte de los dos gobiernos85. Ese mismo año, los directivos de la CEA se alegran por la llegada de la democracia a España pero temiendo el final del secretismo de la dictadura:
“While this appears to be beneficial to the people of Spain, it also increases the likelihood that “Project Indalo” will at some time be closely examined” ((“Si bien esto parece ser beneficioso para el pueblo español, también aumenta la probabilidad de que en algún momento el “Proyecto Indalo” sea examinado de cerca))
A partir de esta etapa es cuando el interés de la contraparte norteamericana se focaliza también en el creciente inventario de Am241, generado del Pu241. En 1985 se generaliza la determinación analítica del Am241 en todos los análisis radiológicos de orina (87).El americio, es un elemento trans-uránico, descubierto por primera vez por Glenn Seaborg y sus colaboradores en la Universidad de California, Berkeley. El isótopo americio-241 se produjo mediante el bombardeo de uranio-238 con partículas alfa (núcleos de helio). Esto produjo plutonio-241 que se desintegra en Am-241 (Am 241) viene de un americano, que da nombre Americium, a algo, que no reconoce (aquello que es, una cosa, algo, algo concreto y lo abrevia (Am→ recordemos que el tipo habla ingles, el español te lo traduce, y él te lo explica)
La captura de dos neutrones por 239 (Pu) P(la llamada reacción (n,γ)), seguida de una desintegración β, da como resultado Soy (241) :
(soy)
Decadencia (desintegración radiactiva) soy 241 se desintegra principalmente mediante desintegración alfa (He aqui → ἰδἑ) (el alfa→ α) con un producto derivado débil de rayos gamma. La evolución α se muestra a continuación:.
(Soy)
Soy No es fisible, pero sí fisionable (se puede unir a otro), y la masa crítica de una esfera desnuda es de 57,6 a 75,6 kilogramos (127,0 a 166,7 libras) y un diámetro de esfera de 19 a 21 centímetros (7,5 a 8,3 pulgadas). [2] El americio-241 tiene una actividad específica de 3,43 Ci / g (126,91 GBq /g). [3] Se encuentra comúnmente en forma de dióxido de americio-241 (241 Soy→ oh2)
6. IIIª Etapa (1986-1998)
Tras casi un año de movilizaciones por la extinción a los 20 años de la posibilidad de reclamar por daños diferidos, los vecinos consiguen en 1986 que les entreguen parte de sus historiales clínicos, incluidos análisis de Pu en orina. Este derecho básico les había sido negado desde 1966, a pesar de llevar ocho años de gobiernos democráticos. Solo lo consiguen cuando anuncian su negativa de someterse a más análisis y en el CIEMAT ven peligrar la continuidad del P.I. Desde 1986 a 1990 no llegaron las asignaciones anuales desde la CEA, por lo que detuvieron o ralentizaron las distintas líneas de investigación 88.
A mediados de la década se realizó una caracterización de americio en la Zona 2. Parte de los resultados se comunicaron reservadamente y saltan las alarmas, el resto desaparecen. Han permanecido ilocalizables hasta inicios del milenio, en que se publicaron 89. En la misma área se construyó en 1988 una gran balsa sobre unos terrenos muy contaminados. Según lo esperado, se alcanzaron algunos máximos durante quince semanas, superando de dos a diecinueve veces el límite 90. Las mediciones se tomaron desde 500 m. Es de suponer que en la misma obra los niveles fueron aún mayores. En el CIEMAT se limitaron a estudiar el incremento de la resuspensión, pero no avisaron del peligro a los promotores para buscar un lugar alternativo, o a los trabajadores de la empresa constructora. Más tarde presentaron en un simposio los resultados del incremento de la resuspensión 91. En 1994 el presidente Clinton creó el Comité Asesor sobre Experimentos Radiológicos Humanos, tras la denuncia de la presidenta de la CEA, Hazel O’Leary; abogada de origen afroamericano y primera mujer que accedía al cargo. Aunque se centró en las decenas de miles de víctimas en los EE.UU., también el P.I. apareció en una vasta lista, con la inclusión de algunos documentos del DoE92. La actitud norteamericana ante el P.I. cambió de manera sensible:
No hay mejor oportunidad en ningún lugar del mundo para estudiar una población donde existe una sociedad altamente compleja con operaciones agrícolas intensivas cerca de la contaminación por Pu sin control gubernamental 93.
En 1997 ( con Aznar al frente del gobierno) se firmó una renovación del P.I. con el nombre de “Proyecto de Anexo I”. Incluía la condición de una revisión científica del programa con “un grupo externo de expertos independientes”94. Al año siguiente, sin Hazel O’Leary en la presidencia y con las aguas retornando a su cauce, se celebra en Madrid el Palomares Program Review, con cuatro expertos como revisores y varios miembros oyentes de la CEA, DoE y CIEMAT. De los revisores, el único externo e independiente fue Eduardo Sollet (Iberdrola). George Voelz (LANL) experto de plutonio en humanos, estuvo indirectamente relacionado, los dos restantes fueron quienes lo coordinaron durante décadas: Iranzo y Richmond, que revisaron y auditaron su propia labor 95.
7. IVª Etapa (1999-2009)
Además del seguimiento sanitario y radiológico de 150 vecinos al año, el último periodo se caracterizó por la voluntad de conocer la contaminación real. Algunos científicos norteamericanos, como Merryl Eisenbud, que visitó en 1992 el CIEMAT, se había extrañado de la poca información sobre la cantidad total de Pu y Am presente en los suelos de Palomares96. Para remediar tal carencia, así como de conocer la realidad de cuánto había quedado en 1966, se firmaron en 2006 y 2007 dos acuerdos complementarios: Proyectos de Anexo II y III, en el que los EE.UU. se comprometieron a ayudar en el inventario actualizado, mediante colaboración científica, equipos y ayuda financiera en el Plan de Investigación, con la elaboración de un mapa tridimensional (ver Figura 5). El P.I. terminó el 30/09/2009, 43 años más tarde. En ese periodo se realizaron 13 753 determinaciones de productos agrícolas. Hasta 2010, 1 073 personas fueron controladas ( año 1.073 Los almohades conquistan Toledo en España). luego de las De las personas controladas, 140 (13,04%) mostraron algún resultado positivo 97. Se realizaron unos 6 900 análisis de aire, con una media de 160 al año 98, de los que no se ha dado a conocer la proporción de positivos y los que superaron el máximo permitido. Entre 1968-1990 fueron reconocidas en el CCE, 800 personas en 1190 mediciones, con resultados en Pu239 inferiores a la AMD y ocultos cuando se refieren al Soy241 o U235.
7. Conclusiones
Cuando se produce el accidente
nuclear en Palomares, el Pu llevaba 26 años descubierto. El nivel de ignorancia
sobre tolerancia humana o dosis umbral era elevado. No existían máximos
permisibles legales. En un simposio posterior al accidente, con Langham y los
doctores implicados en Palomares, reconocieron que la carga corporal máxima
permisible “is based on extrapolations from experience with radium-dial
painters and small animals”, así como que los análisis de orina “may only
vaguely indicate the amount of the isotope which may be deposited in the lungs”
100.
En el desbloqueo de las
negociaciones e intento de dejar el máximo de contaminación, Langham ofició
como asesor carismático. Ello permitió su evaluación mediante unos medios
analíticos aún poco sensibles y estudiar, a largo plazo, la relación
dosis-respuesta del Pu239+240 y con posterioridad Am241, por inhalación en el
cuerpo humano, en un significativo número de personas. El secretismo que rodeó
al suceso permitió actitudes desleales con los afectados: “top secrecy was
exposed as a pretext for fraud” 101. Se ocultó la implementación del P.I. y los
altos niveles de Pu enterrados mediante arado, al tiempo que consensuaron una
“historia oficial”, basada en una descontaminación modélica, mantenida en
democracia hasta el nuevo milenio. Los primeros análisis en España y en los
EE.UU. con altos positivos fueron rechazados, aprobando solo los que mostraron
niveles bajos o inferiores a la AMD.
Los análisis de aire que
sobrepasaron los máximos permisibles fueron ocultados estadísticamente mediante
las medias, compensadas con los días en calma sin aerosoles. Como en la mayoría
de las naciones, el control dosimétrico no lo realizan los organismos de salud
pública o laboratorios independientes, con posibles conflictos de intereses. La
cohorte de estudio no dio su consentimiento ni fue informada verazmente,
precepto básico y angular de las garantías bioéticas, desde el Código Nüremberg
(1947) hasta el Informe Belmont (1978), basado en el respeto a las personas,
por ello la confidencialidad mantenida hasta el presente. Tampoco se conoce
adopción de medida terapéutica relacionada en aquellos vecinos que mostraron
mayores niveles de plutonio. Podemos colegir que con una limpieza completa y
eficaz no hubiese existido el P.I. y los inherentes riesgos a la población.
Tanto la financiación estadounidense como el entusiasmo sobre el P.I. en ambos
países, sufrió varias interrupciones y altibajos. La falta de sensibilidad del
CCE hizo que el interés de experimentación humana decreciera hacia. J. Talbot,
general de brigada, discurso apertura en: Plutonium Deposition Registry
Board.Wright Patterson AFB Nov 26, 1966, p. 5. DoE, Washington, EE.UU. 101.
Howard, The american nuclear cover-up, 14.253 La experimentación humana con
plutonio en España. El “Proyecto Indalo” (1966-2009) Dynamis 2022; 42 (1):
225-256 otras disciplinas, como la radioecología. Con la denuncia en 1993 de
las decenas de miles de personas utilizadas como cobayas en los EE.UU, cambia
la actitud hacia el P.I., renovándose mediante un nuevo contrato. Desde la CEA
expresaron lo que antes callaban: “The Spanish government generally has kept a
low profile on potential risk of ingestion/inhalation of actinides” 102. Por
otra parte, desde 1967 unos 120-150 vecinos han sido analizados anualmente, lo
que ha permitido una supervisión médica continua, pero solo de las personas que
han accedido a las revisiones.